Sentir en el cuerpo una lucha interminable,
un malestar y un placer constante,
el hambre de gloria y el de revancha
sentir el amor y sentir la desgracia.
Rozar con los dedos los finos prados
y con las uñas un río helado
y mirar al cuartito al derecho
o al revez, sin saber cual de los dos es.
Tomar una gota de rocío que
de golpe supiera a sangre
o tocar el cuero calido de un niño
y sentir su propio desgarre.
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